Parte 6 ~ ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ~ Principios


Parte ~ 6 ~

Consideraciones Políticas.



El problema de fondo es grave, pues nuestros sectores dirigentes se encuentran llenos de dudas acerca de cómo enfrentar creativamente el reto de renovarse después de dos décadas de fácil manejo populista- es decir, demagógico- de la política. Sin embargo, creo que es justificado afirmar que la necesidad de innovación es urgente porque se está perdiendo aceleradamente la habilidad de creer:
~       De creer que el país pueda, de verdad, superar el pesimismo, la incertidumbre y el desencanto que la abruman.
~        De creer que el país sea capaz, de verdad, de conquistar las metas de desarrollo equilibrado, honestidad política y respetabilidad internacional que han sido repetidamente sustentadas por nuestros gobernantes democráticos.
~       De creer finalmente que los argentinos logremos de verdad, mejorar sustancialmente al país en un futuro cercano.
~        En el terreno político, extirpando la corrupción y el clientelismo partidista que la origina.
~        En el terreno económico, aumentando la productividad de nuestro trabajo y cercenando la mentalidad rentista que nos ha creado la actividad agropecuaria y, actualmente, Vaca Muerta.
~      En el terreno social, elevando la calidad de nuestra vida colectiva y ampliando las oportunidades de superación y el sentido del mérito por el trabajo al mayor número posible de los argentinos.
~        En el terreno educativo, renovando nuestros sistemas de enseñanza para cerrar, aunque sea solo en parte, el enorme abismo que ahora nos separa de los países más avanzados del mundo.
~      En el terreno científico, produciendo respuestas originales a los problemas de nuestra industria y agricultura.
~        En el terreno de nuestra proyección exterior, creando la proyección de país equilibrado, responsable, moderado, y también firme y serio en la defensa de sus intereses. Hablo aquí de la habilidad de creer de verdad, no superficial ni pasajeramente.
~       El deterioro de credibilidad fundada (no lealtad ciega) y del vínculo de confianza que une a la población y sus líderes, está en la raíz de la actual crisis nacional, y es la médula de la profunda, enervante, creciente desilusión de los argentinos, tanto de los que conocen la realidad política como de los que apenas las intuyen.
Pocas veces resulta fácil enfrentarse a la realidad; éste es el motivo por el que los hombres tendemos a engañarnos con ilusiones y fantasías, sustituimos los deseos por los hechos y con frecuencia llegamos al extremo de dar por completo la espalda a una realidad que nos perturba y nos entregamos sin crítica al espejismo que nos reconforta.
En el caso de las sociedades que comienzan a experimentar síntomas de ruptura, estancamiento o desintegración, ese alejamiento con respecto a una realidad insatisfactoria adopta usualmente la forma de una paulatina entrega, por parte de la ciudadanía y sus dirigentes, de sus responsabilidades a las fuerzas de una presunta inevitabilidad histórica.  Para decirlo en otras palabras, la sensación de abandono es una claudicación ante la historia.
Hay signos que apuntan en esa peligrosa dirección que se manifiestan, por un lado, en la renuencia de una parte sustantiva de la población a mirar la realidad de frente y descarnadamente, y por otro lado en la ausencia de un ánimo verdaderamente convincente de renovación en nuestros sectores dirigentes.
Esta reacción no es sorprendente y no presagia nada bueno para el país.

Una sociedad libre, que exige una actitud despierta, crítica y responsable de los ciudadanos; que reclama el esfuerzo que la vida en una sociedad abierta demanda de nosotros:
“El esfuerzo de ser racionales…. De responder por nosotros mismos, de aceptar nuestros deberes”.
En un totalitarismo este problema no se plantea, pues el poder de decidir ha sido usurpado y el individuo carece de responsabilidad concreta sobre su destino político.
El precio de la libertad es la tensión de ser responsables, y para los ciudadanos, el desafío consiste precisamente en superar la crisis sin sacrificar la libertad.
“Tragedia es la dislocación de la imagen que tenemos de nosotros mismos” (Arthur Miller).
Éste es un concepto, que se ajusta a la realidad de los individuos y, también, a la de las naciones enteras.
Posiblemente, la esencia del malestar y la desconfianza que se han instalado entre un amplio sector de ciudadanos en tiempos recientes, y que tienden a crecer día a día, tiene sus raíces en la progresiva y persistente dislocación que viene experimentando la imagen que nos habíamos hecho del país, particularmente durante la década que se inició a partir de 1983.

Nuestros sueños de una Argentina en democracia, con papel protagónico en el mundo, hasta la dura realidad del endeudamiento, la devaluación de la moneda, la pérdida de la credibilidad en las organizaciones y líderes políticos democráticos, el deterioro institucional, el incremento del clientelismo partidista y la constatación de que la corrupción generalizada ha sido una evolución excesivamente rápida y traumatizante.
La misma severidad del cambio, la crudeza y velocidad de la caída, aún no han permitido que surja entre el liderazgo nacional una imagen alternativa, a la vez clara y consistente, sobre el país que tenemos y el que deseamos crear.
Lentamente hemos caído en cuenta de que en esos años atravesamos una etapa de desmesuradas fantasías, de espejismos, de falsas expectativas, de autoengaño y retórica artificial que forjaron una imagen distorsionada del país y nuestra identidad.
Pero no es fácil, en base a esta toma de conciencia, iniciar un proceso de rectificación a fondo que supere las fallas de una democracia en obvia situación de descomposición y crisis, cuyos problemas – al menos por ahora- superan nuestras capacidades de gestión, y de que debemos actuar convencidos de que el desafío principal es interno y de que sólo nosotros mismos, con nuestros propios esfuerzos, podemos salir del atolladero.
Toda sociedad puede haber agotado todas las posibilidades de acción propias de sus instituciones. En ese punto la sociedad pierde su capacidad de adaptación y comenzará su proceso de desintegración. El colapso subsiguiente se debe entonces a dos factores: la rigidez interna (justicia, sindicalismo, partidos políticos) y la incapacidad de sus líderes para dirigir el curso de los eventos.
En estas críticas circunstancias no surgen ni difunden ideas nuevas que rompan los esquemas del pasado y abran perspectivas de renovación en nuestra sociedad y sistema político.
“El político de éxito le debe su poder al hecho de que se mueve dentro de los esquemas aceptados de pensamiento, y de que piensa y habla de acuerdo con los patrones convencionales. Sería casi contradictorio que un político fuese a la vez un líder en el terreno de las ideas.
Su tarea en una democracia es descubrir cuáles son las opiniones que tiene la mayoría, en lugar de abrirle paso a nuevas opiniones que podrían hacerse mayoritarias en un futuro lejano”
. (Hayek)
De acá se deriva un grave problema para un sistema como el nuestro, que es el de la reducción progresiva en su capacidad de innovación intelectual en el terreno político. No se trata tan sólo de que en una democracia la mayoría puede en ocasiones estar equivocada, sino también que buen número de veces esa mayoría tiende a estar desinformada respecto a la naturaleza y desarrollo real de las situaciones, se siente confusa y hasta desinteresada ante la complejidad de los problemas políticos y económicos, y busca en sus dirigentes las respuestas que requiere.
Pero si estos últimos, a su vez, lo que desean es adaptarse al más extendido denominador común en el público, ¿de qué manera pueden entonces surgir ideas y planteamientos originales frente a los retos que tiene la nación?

Aníbal Romero LA MISERIA DEL POPULISMO (1985)


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