Contextualización Histórica y Social del Abuso Sexual Infantil (2)

La historia moderna del abuso sexual infantil en la sociedad occidental.
A principios de los noventa, Erna Olafson, David Corwin y Roland Summit publicaron un artículo que estudiaba lo que ellos llamaron ciclos de descubrimiento o aparición y de supresión o desaparición del tema del abuso sexual infantil en la sociedad occidental, haciendo hincapié especialmente en los siglos XIX y XX.
Estos ciclos marcaron no solo la concientización social y académica sobre la problemática, sino el tipo de respuesta que se le daba.

Al igual que De Mause en su libro, estos autores demuestran que el recorte cronológico que se puede hacer para historizar el problema termina resultando en cierto modo arbitrario, ya que también hay evidencias claras del tratamiento que tanto la sociedad como la academia europeas le daban a la temática
antes de tales siglos. Por ejemplo, refieren que en el siglo XVIII, en la ciudad de Londres, era una  creencia popular que tener sexo con menores de edad curaba las enfermedades venéreas.

Llamativamente, dos siglos más tarde, este fue el argumento de muchos pedófilos acusados de abuso sexual a niños menores de edad en las conocidas situaciones de turismo sexual en el sureste asiático:   con la moderna epidemia del sida, muchos de ellos planteaban que mantener relaciones sexuales con niños podía curar el virus (Baita, 2010).

En su artículo, Olafson, Corwin y Summit describen que, tanto en Europa como en América del Norte, niños y niñas esclavos eran sujetos especialmente vulnerables a la violación y el abuso sexual repetido, y que muchas niñas terminaban luego prostituyéndose. 
En la Inglaterra victoriana, el abuso sexual y la violación empezaron a ser unidos de manera exclusiva a condiciones de pobreza.  Se resguardaba así la estricta moral de las clases más acomodadas, protegiendo los abusos que en ellas ocurrían y a quienes los cometían.
Esta situación hizo que el  foco de las investigaciones se centrara exclusivamente en las clases pobres y  los inmigrantes.
Sin embargo, ya hacia fines del siglo XIX, un grupo de feministas y reformistas, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, comenzaron a promover la idea de que el abuso sexual y el incesto ocurrían en todas las clases sociales, sin distinción. El empuje de estos grupos hizo que en 1908
se criminalizara por primera vez el incesto en Gran Bretaña. Sin embargo, los ataques sexuales a niñas todavía recibían menores castigos que los que se cometían contra varones.

A pesar del hecho de que el abuso sexual se estaba reconociendo incipientemente como un problema en la sociedad occidental, en la medicina y la psiquiatría no aparece aún ligado especialmente a ningún tipo de trastorno o desorden, salvo por alguna que otra descripción aislada de casos. Problemas
sexuales vinculados a la abstinencia, el exceso de relaciones sexuales o la masturbación son reconocidos como causantes de problemas de salud mental, pero la victimización sexual en la infancia por parte de un adulto ni siquiera aparece mencionada como posible causa etiológica.

Una mención especial merece el trabajo de Tardieu, Bernard y Lacassagne, forenses franceses que documentaron miles de casos de abuso sexual a mediados del siglo XIX. En un artículo publicado en 1856 en una revista científica de salud pública de la época, estos autores plantearon:

a. que el abuso sexual de los niños era muy frecuente;
b. que los niños abusados sexualmente muchas veces no mostraban signos físicos;
c. que sus reportes eran confiables;
d. que los perpetradores de tales actos solían ser padres y hermanos mayores, y
e. que una educación superior (en el ofensor) no inhibía la posibilidad de abusar sexualmente de un niño.

Sin embargo, muchos de los prejuicios y mitos que hoy circulan alrededor del Abuso Sexual (AS) ya estaban presentes en el pensamiento médico de la época, conviviendo
con los hallazgos de los forenses franceses: por ejemplo, Brouardel decía que entre  el 60 % y el 80 % de los alegatos de abuso sexual eran falsos,  y que se originaban en histeria, búsqueda de atención, alucinaciones genitales, la conducta libertina o desenfrenada de los niños, o su extrema sugestibilidad  ante preguntas de madres en pánico.

En sus primeros escritos de finales del siglo XIX, Freud planteaba que las pacientes histéricas que atendía enfermaban como consecuencia de haber sido víctimas de ataques sexuales por parte de adultos que cuidaban de ellas.
En su obra La etiología de la histeria, de  1896, Freud escribe: “Me parece indudable que nuestros hijos se hallan más  expuestos a ataques sexuales de lo que la escasa previsión de los padres hace suponer”.
Pero años más tarde, al escribir sus "Lecciones introductorias al psicoanálisis", que engloban escritos suyos comprendidos entre los años 1915 y 1917, sus aseveraciones serán
claramente diferentes: “[…] cuando una niña acusa en el análisis como seductor a su propio padre, cosa nada rara, no cabe duda alguna sobre el carácter imaginario de su acusación, ni tampoco sobre los motivos que la determinan […]”.
En sus primeros años, Freud estaba verdaderamente convencido de la etiología traumática de la histeria, originada en el abuso sexual, y planteaba que las mujeres eran más proclives a la histeria que los hombres, por el simple hecho de que siendo niñas eran víctimas más vulnerables a los ataques
sexuales que los varones. También acusaba de tales ataques no solo a extraños y a las niñeras, sino a los mismos padres y miembros de la familia de la  paciente, por muy respetables que estas familias fueran (Freud no atendía pacientes de clases trabajadoras, sino de la clase alta de Viena).

Solo algunos años más tarde abandonó radicalmente estas teorías. El origen de la enfermedad ya no se encontraba en ataques reales, sino en encuentros sexuales fantaseados. Mucho se ha discutido acerca de por qué Freud hizo un viraje tan rotundo en su teorización de las enfermedades mentales y
por qué dejó de atribuir su etiología a hechos reales, para comenzar a hablar de fantasías. 


Algunos historiadores opinan que vislumbró que,  si continuaba
por la vía del abuso sexual, tal vez prontamente debiera cerrar su práctica privada, pues las clases acomodadas dejarían de ventilar sus problemas más acuciantes en el consultorio de alguien que las atacaba y que exponía a la luz sus peores secretos. 
De sus discípulos, solo uno, el húngaro Sandor Ferenczi, siguió sosteniendo hasta el fin de sus días la idea de que el abuso sexual existía, que era una realidad frecuente y que estaba en el origen de muchos de los desórdenes mentales de los pacientes adultos. Mantenerse en esta postura le valió la
descalificación pública de su propio maestro ante otros colegas.

En la primera mitad del siglo XX, en Estados Unidos, si bien se consideraba que el abuso sexual existía, que era un fenómeno real, las idas y vueltas en torno al tema y a su conceptualización no cesaban. Por un lado se asumía que   los perpetradores correspondían al estereotipo del hombre extraño, anciano
y claramente desviado en su sexualidad; de esta forma quedaban  fuera de escena no solo los ofensores sexuales de las clases más altas o acomodadas, sino básicamente todos los ofensores sexuales intrafamiliares. 
Por otro lado, se hablaba de las víctimas como víctimas participantes e incluso como personas que disfrutaban secretamente de la actividad sexual, y que por ello la propiciaban; algunos académicos consideraban que posiblemente el niño fuera un seductor activo más que un seducido pasivo, y que la actividad sexual entre un adulto y un niño posiblemente no fuera dañina.
En 1953 apareció el famoso informe Kinsey sobre sexualidad humana. En él, una cuarta parte de las mujeres que respondieron a la encuesta refirieron haber sido víctimas de abuso sexual en su infancia por parte de un hombre
al menos cinco años mayor, y un 80 % de estas mujeres reportaron haberse sentido atemorizadas por la experiencia. A pesar de ello, Kinsey  desestimó el valor de tales sentimientos, planteando que era difícil de entender por qué un niño podría verse afectado por ser tocado en sus partes genitales o por estar expuesto a contactos sexuales más específicos, y que muy probablemente lo que generara la perturbación en los niños fuera la reacción externa (padres, policía) y no el abuso mismo.

Las décadas del setenta y el ochenta vieron renacer y ubicar en la agenda pública el problema del abuso sexual, la violencia doméstica y el maltrato infantil en general. Los grupos de feministas y los movimientos de defensa de mujeres víctimas de violencia en la pareja y de violaciones fueron instrumentales para visibilizar no solo el problema, sino además sus consecuencias nefastas para quienes lo sufrían.

De hecho, fueron  las activistas contra la violación de mujeres las que dieron el primer paso: primero se hizo foco en la violación callejera, a manos de un extraño; luego se pasó a entender que dentro de las relaciones de intimidad también se daban situaciones de violación. 
De allí se saltó al reconocimiento de las situaciones de violencia
de todo tipo en el contexto de las relaciones de pareja, y esa fue la ventana que permitió poner en evidencia que los hijos e hijas también sufrían malos tratos y vejaciones físicas y sexuales, muchas veces a manos de sus propios padres (Herman, 1997).
Sin embargo, para entender y dar crédito a los efectos deletéreos de tales violaciones fue necesario que el mundo académico aceptara un nuevo diagnóstico, el de trastorno por estrés postraumático, desorden que entró en el mundo de la psiquiatría y de la salud mental de la mano de los excombatientes de la guerra de Vietnam.
Filadelfia "Rendir cuentas"
También la Iglesia Católica Apostólica Romana ha comenzado a reconocer, especialmente en la última década, que miembros de la institución, muchos de ellos encumbrados en los más altos puestos eclesiásticos, cometieron abusos sexuales contra niños y niñas puestos a su cuidado en instituciones religiosas educativas o de cuidado.
Muchas de estas situaciones salen a la luz luego de décadas de haber sido cometidas, cuando los niños víctimas han crecido y se han transformado en adultos, poniendo en evidencia que durante años las autoridades correspondientes estuvieron al tanto de lo que ocurría y negaron, silenciaron e incluso
desviaron las pruebas de tales delitos cometidos contra los niños.

Abuso sexual infantil
UNICEF-UY

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