Necesidad de un nuevo enfoque
¿Qué país queremos?
Establecer las condiciones para el progreso continuo que precisamos construir no constituye una tarea fácil.
Si hay algo que este tiempo de gestión de Cambiemos demuestra es que las dificultades fueron subestimadas. Más allá de las complicaciones provenientes del gobierno anterior y de aquéllas acumuladas en el actual, nuestros problemas se vienen repitiendo desde hace ya mucho tiempo.
Vivimos en un país con inflación crónica. Si hubiésemos abandonado el cortoplacismo como lo hicieron muchos de nuestros vecinos más próximos en la región estos últimos 15 años, hoy habría 5 millones menos de pobres en la Argentina, y la clase media tendría un poder adquisitivo sustancialmente mayor.
La enorme tarea pendiente es, nada menos, que la de reordenar y re-imaginar nuestro Estado. Y con él también la economía y la sociedad.
Un Estado corrupto no puede perseguir el bienestar general.
Un Estado endeble no puede defender inteligentemente la soberanía, en un mundo cada vez más complejo e incierto.
Un Estado que dilapida recursos y no establece bien sus prioridades genera incertidumbre, injusticias y finalmente crisis, que destruyen nuestro tejido social.
Necesitamos otro Estado más profesional, más facilitador, más enfocado ágil, productivo y sobre todo financiable.
Vivimos en un mundo cada vez más competitivo. Dentro de cada bien y servicio que producimos y vendemos está el Estado. No solo con sus impuestos, también con la infraestructura y sus políticas de salud, educación y seguridad.
Necesitamos un Estado fuerte. Pero fuerte no es sinónimo de grande.
Para que nuestras empresas compitan exitosamente con las de otros países, nuestro Estado también tiene que mejorar con respecto a otros Estados: si ahoga con impuestos crecientes y
distorsivos, pero no se hace cargo de lo que debe, fulmina la iniciativa privada.
Necesitamos crecer sostenidamente para que la economía deje de ser un motivo de preocupación permanente, y ser rigurosos hoy para ser prósperos mañana. Debemos ser capaces de abordar las
urgencias actuales, pero dentro de un marco conceptual más abarcativo: qué hacer con nuestro Estado para devolvérselo a nuestros ciudadanos. Ningún espacio político puede ni debe acometer una tarea semejante en soledad.
Es imprescindible ser capaces de crear consensos amplios y de racionalizar nuestros disensos, creando así un futuro compartido. Nadie puede pretender tener un diagnóstico completo del Estado, la economía y la sociedad en soledad.
Menos aún la fortaleza para emprender de manera aislada los cambios que hacen falta. No se trata de intentar tener la razón, sino de enriquecer la comprensión de lo que nos ocurre y nuestra capacidad de modificarlo.
El diagnóstico que presentemos a la sociedad debe ser realista. Y las soluciones propuestas deben ser acompañadas de una construcción política que haga que las mismas sean efectivamente
posibles.
Es hora de demostrar que existe la responsabilidad de compartir los costos de lo que hay que emprender si es que pretendemos sacar a la Argentina de su larga decadencia, como así también la convicción de preservar a aquellos sectores sociales que no tienen recursos ni tiempo para seguir esperando.
En estos tres años de gobierno de coalición en Cambiemos sobró informalidad a la hora de intentar incidir con eficiencia en las políticas públicas y faltó voluntad de cumplir las reglas que impidieran competencias disfuncionales.
No hace falta empezar de cero. Hay que saber utilizar la experiencia de estos años, tanto en sus aciertos como en sus errores.
También podemos aprender de las democracias presidenciales que
enfrentaron problemas estructurales similares a los nuestros y los resolvieron con exitosas coaliciones de gobierno, como Chile y Uruguay. Más allá de que son países unitarios y el nuestro
es federal, es bueno tomar su ejemplo: funcionaron bien porque establecieron y cumplieron reglas que ordenaron el disenso, la identidad y la competencia entre partidos, enfrentaron los desafíos sociales sin dilación y se muestran responsables, y les han provisto a sus sociedades imágenes de un futuro deseable que han ido construyendo. Evitaron caer en la tentación de convertir la coalición de gobierno en el partido del presidente de turno.
Argentina tiene lesionada su idea de futuro, entre otras cosas por sus fracasos recurrentes. Reconstruirla es imprescindible.
El paso relevante es aprender de la experiencia política y superarla.
Hay que ofrecer al país una visión que tome en cuenta las dificultades, pero que logre movilizar positivamente a la sociedad. Esas experiencias lograron transformar en reglas formales aquello que decía Raúl Alfonsín, frente al desafío que implicaba consolidar la democracia en Argentina: “el requisito básico era la construcción de un consenso, concretado en lo que llamamos un pacto de garantías, entre los protagonistas del quehacer político.
Pero el solo pacto de garantías no bastaba. Para lograrlo pensábamos que era necesario impulsar una convergencia de fuerzas. Nuestra cultura política ha vivido aprisionada por un falso dilema, que ha impedido pensar el espacio central”.
Las elecciones suponen un diálogo hacia afuera, es decir con la ciudadanía. Pero antes y después de ellas, las coaliciones precisan un fructífero diálogo interno para realizar diagnósticos, elaborar
políticas, aunar posiciones y fijar comportamientos que provean certidumbre.
Convención 27-05-2019
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