Del dólar depende la evolución de la inflación y la recesión.
La autobiografía de Cristina suma presión a un mercado inestable.
Así cerrábamos nuestro informe de marzo “2019… el año que viviremos en peligro”. Es que detrás de la convicción de que en una elección lo único que importa son los 100 días previos a la misma y que para octubre los brotes verdes que se empezaban a visualizar en enero/febrero pasado iban a estar maduros y la inflación bajando, estaba el supuesto de que la “estabilidad cambiaria” había llegado para quedarse.
Es que una vez que el veranito financiero de enero y la primera mitad de febrero se acabó, y el dólar empezó a flotar en el medio de la banda, arrancó la escalada de la política para intentar ponerle techo.
Primero, el pedido al FMI para que lo deje intervenir en el medio de la banda, y la autorización para que el Tesoro venda a partir del 1 de abril pasado en subastas US$60 millones diarios. Más tarde, una nueva autorización del FMI para anclar las bandas del programa cambiario con un techo que se estableció en US$51,45 dos semanas atrás, 23% por encima del nivel que tenía el dólar al momento del anuncio y 15% por encima del cierre del jueves.
En simultáneo, y dada la evidencia de que con el salto cambiario la inflación había vuelto a acelerarse en marzo (4,7% mensual), los anuncios de la semana pasada que incluyen una serie de medidas reactivas para intentar movilizar el consumo y contener la inflación. Otra vez, en el power point del anuncio se arranca sosteniendo: “ahora que hemos estabilizado la cuestión cambiaria…” Es que el esquema planteado con el FMI en octubre, te alejó del precipicio, pero era muy contractivo. Y sólo podía tornarse en expansivo si el paquete generaba confianza y se mantenía en forma sostenida el veranito financiero donde, gracias a la Fed, el BCRA compró dólares en la zona correcta de intervención y se alcanzó la tan deseada estabilidad cambiaria con una tasa de interés más baja.
Buscar la estabilidad cambiaria no es ni más ni menos que lo que han hecho todos los gobiernos para ganar las elecciones. Atrasar el tipo de cambio en el año electoral movilizando los salarios es la única forma de incentivar el consumo y bajar la inflación en simultáneo. Obvio que no es una solución de mediano plazo, pero sí es eficaz en el corto. Esto es lo que hizo CFK en 2011 y 2015 (esta última vez con Cepo) y es lo que hizo MM en 2017 apelando al ingreso de capitales asociado a un mercado que sólo exigía la “Gobernabilidad” como agenda y financió una duplicación del déficit de cuenta corriente que pasó en un año de 2,5% del PBI a 5% del PBI. Dinámica que chocó a partir de 2018, cuando el intento de corregir los desequilibrios se dio en simultáneo al corte del crédito y la sequía. En ese momento, el mercado empezó a exigir dos agendas contrapuestas: la “Gobernabilidad” y el “Ajuste”.
Hoy las encuestas empiezan a estar “afectadas” por los costos asociados a una recesión muy pronunciada que se alarga y a una aceleración de la inflación producto de una inercia contractual creciente, con empresas que no miran al BCRA sino que trasladan a precios la dinámica de los costos, afectada directamente por la trayectoria del dólar, los salarios y las tarifas.
Esto a pesar de que con una inflación más alta, el programa monetario es cada vez más contractivo. Si la recesión se alarga, el Tesoro vende los dólares, y la suba del riesgo país dificulta que se cumpla el refinanciamiento de las Letes, al Tesoro le pueden faltar en algún momento pesos y dólares, dificultando el programa monetario.
Como contracara de la mega-licuación generada por el salto del dólar, la economía tiene muchos menos pesos, pero la demanda de pesos cayó en simultáneo y la tasa de interés de las Leliq volvió al 70%. También es cierto que, como contracara de la recesión, los fundamentos mejoran en términos de flujo (se reduce el déficit fiscal y el de cuenta corriente y los precios relativos mejoran) y de stocks (la deuda con el mercado se estabiliza y caen a la mitad los pasivos remunerados del BCRA en porcentaje del PBI). Pero persisten los problemas estructurales de competitividad de la economía y no se vislumbra la capacidad para establecer acuerdos para avanzar en su resolución.
Este loop que arrancó con la toma de ganancias que empezó justo un año atrás complicando la economía, hoy complica la política, y es la propia dinámica de la política lo que complica la estabilidad financiera.
Si bien el deterioro del Gobierno en las encuestas no es nuevo, sí lo fue la novedad que CFK se presentaba competitiva en un balotaje contra MM. Y la iteración que veníamos mencionando entre economía y política aceleró su dinámica en la última semana.
La ventaja es que esto ocurre antes del cierre de listas y permite armados políticos que eviten una confrontación entre el “caos” y el “abismo”, en el medio de la discusión eterna sobre la herencia de la herencia, ese cuento de nunca acabar que seguimos sosteniendo en la Argentina.
En 2015, la imagen fue la negativa de la ex presidenta de pasarle el bando al presidente electo. En 2019, la dinámica de la confrontación con libre movilidad de capitales y un mercado bajándole el pulgar al país, puede tornar inestable la transición. Era difícil llegar hasta acá y todavía hay tiempo para limitar esta confrontación.
Marina Dal Poggetto
Clarin . com. ar
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