ALERTA....Violencia escolar en Pavón. ¿Qué se oculta detrás?

La escuela ha sido considerada un espacio de progreso y desarrollo, y en cierta forma, un espacio protegido. Dicho carácter le ha permitido ocupar un papel fundamental dentro de la inserción social, y ha hecho de ella una suerte de abrigo o cortafuego para muchas de las desigualdades y horrores sociales. De ahí que resulte ciertamente desconcertante pensar la posibilidad de la escuela como un espacio vulnerable (García y Madriaza 2006).

No se puede entender la violencia en el núcleo escolar sin antes considerar una serie de características que presenta la sociedad occidental contemporánea que traen como consecuencia profundos conflictos sociales que se ven trasladados a las aulas como reflejo de la problemática exterior.
La violencia dentro de las escuelas no es simplemente el producto de enfrentamientos entre niños y jóvenes y entre éstos con los adultos sino, también, de la ruptura de vínculos sociales de mayor trascendencia.
La escuela no es, en muchos casos, un espacio democrático e igualitario, tal como ha sido concebido socialmente. Aunque se espera que funcione como un espacio de inclusión, de convivencia de las diversidades; también posee sus propios mecanismos de exclusión y selección social, escogiendo a algunos y expulsando a otros, estos últimos son los que no consiguen responder a las expectativas relacionadas con el aprendizaje, el comportamiento y la relación con los miembros de la comunidad escolar (Ovalles y Macuare 2009).
La violencia escolar también se presenta cuando los docentes abusan de su poder y descalifican y coaccionan a los alumnos para lograr la obediencia, llegando incluso a hacer uso de técnicas más o menos violentas para imponer la disciplina. En más de una ocasión los alumnos son agredidos o se convierten en víctimas, ya que están expuestos dentro del ambiente educativo, de forma repetida y durante un largo tiempo, al abuso de poder físico y/o psicológico y a acciones negativas que dañan su autoestima, salud, integridad, libertad y seguridad, impidiendo su desarrollo integral, atentando contra la igualdad y fomentando la exclusión. Esta situación puede llegar a ocurrir, incluso, con el conocimiento y apoyo de los miembros de la familia, quienes justifican el castigo corporal como medio educativo, apelando a una antigua sentencia que reza: “la letra con sangre entra”.

Veamos el caso de Paola Natalia Figlioli; he aquí su denuncia pública sobre la Escuela Nº 22 Pavón:


La descripción del chico sobre sus maltratos:


La violencia escolar debe analizarse como “una estructura comunicativa con roles e identidades, espacios, jerarquías de poder y tiempos de convivencia, que van configurando los aspectos subjetivos o de significados”. Es decir, si en la institución se reproducen las formas jerárquicas de participación y poder, entonces las acciones violentas no son más que un modo de representar los aspectos de la realidad escolar. En este sentido, más que definir las formas externas de expresión de la violencia, nos interesa desentrañar el significado cultural que representan esas conductas para la identidad de los grupos de acuerdo con los distintos contextos en que se manifiesten.

El docente señalado por su conducta irregular por Paola es Joaquín Costa, quien también cumple con el rol de delegado de SUTEBA; el director de la Escuela Nº 22 es Damián Roverano, quien también se desempeñó como consejero escolar.

Los relatos de Paola, así como el de su hijo nos plantean un cruel interrogante.
Las groseras inconductas descriptas en ambos audios sólo pueden comprenderse cuando todos los demás miembros de la comunidad escolar de la Nº 22 son partícipes necesarios por acción o inacción.
Es imposible de creer que esta situación puede resolverse con cambios del docente involucrado y del director del establecimiento. Ningún miembro de esa comunidad escolar es ajeno a estas conductas aberrantes, que van desde violencia física, moral y psicológica hasta intentos de homicidio que no fueron resueltos por hallarse las denuncias “blindadas”; todo el plantel escolar es responsable, máxime cuando el problema es crónico y la agresión  con el cuchillo ocurrió el año anterior.

La sociedad no puede permitir semejante distorsión institucional, mucho menos la impunidad a la que puede tener algún representante sindical.
Los responsables de las acciones de gobierno deben aplicar sin demoras sanciones ejemplares.

La sociedad las espera.


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